Lienzo de cabecera: Françoise de Felice

domingo, agosto 31

El pez frío, cuento erótico del siglo XI, y La ciudad inútil de Jia Pingwa

TETSUYA- MISHIMA
  • Hanako, una joven bella, aunque atolondrada, tenía un amante escrupuloso y pulcro que gustaba de hacer el amor con guantes.
  • Antes de tocarla, el hombre vigilaba personalmente su baño y exigía que ella se fregara con piedra pómez de pies a cabeza, se depilara hasta el último vello y enjabonara cuanto pliegue y orificio había en su esbelto cuerpo, todo esto sin una palabra de afecto o de aprecio por sus encantos.
  • Ahora bien, en el jardín de Hanako había un estanque donde todavía nadaba una carpa enorme y venerable.
  • A pesar de sus cuarenta años de existencia, el viejo pez no tenia ninguna de las mañas del meticuloso enamorado de Hanako, por el contrario, era fuerte como un atleta y lleno de consideración, como deben ser los buenos amantes.
  • No es raro, por lo mismo, que ella lo prefiriera como compañero.
  • La joven solía sentarse a la orilla del agua y al llamarlo por su nombre él subía a la superficie a jugar con ella.

  • Una noche, después de recibir las higiénicas caricias del hombre con guantes, salió al jardín y se echó a la orilla del estanque a llorar.

  • Atraído por los sollozos, el gigante subió del fondo y acercándose a la mano lánguida que tocaba apenas el agua, le chupó uno a uno los dedos con sus fuertes labios.

  • Hanako sintió que su piel se erizaba y una sensualidad desconocida la recorría entera, sacudiéndola hasta la esencia misma de su ser.

  • Dejó caer un pie al agua y el pez besó también cada dedo con la misma dedicación, y luego la otra mano y el otro pie, y enseguida ella puso las piernas en el estanque y la carpa frotó las escamas de plata de su vientre contra la piel de la muchacha.

  • Hanako comprendió la invitación y se dejó caer en el barro del estanque, abierta y blanca como una flor de loto, mientras el atrevido pez rondaba en torno a ella acariciándola y besándola y obligándola a abrir las piernas y entregarse a sus caricias.

  • El pez le soplaba chorros de agua por las partes más sensibles y así, poco a poco, fue ganando terreno y conduciéndola por las rutas del placer más sublime, un placer que Hanako no había tenido jamás en brazos de hombre alguno y menos, por supuesto, del amante enguantado.

    Más tarde ambos reposaron flotando contentos en el barro del estanque bajo el escrutinio de las estrellas.

  • EL PEZ FRÍO, un cuento erótico del Japón (siglo XI).

------------------------------------ Fragmento LA CIUDAD INÚTIL (Fragmento) Jia Pingwa
  • La muchacha era amable, pero tonta, se dijo Liu Yue. Es cierto que la esposa es la última en enterarse de las aventuras galantes de su marido, mientras que estas historias ya son la comidilla de la ciudad.
  • —Señora, usted es la vez una esposa y una madre para él —insistió Li Yue—, pero una mujer también debe saber comportarse como una puta para su marido.
  • —¡Tú hablas por hablar! Una esposa es una esposa, no una puta. ¿Por quién tomas al maestro? ¿Y a mí? ¿Quieres que la gente nos desprecie por escuchar este tipo de cosas?
  • La muchacha no supo qué decir.
  • —No sé lo que digo; lo dije así nada más.
  • —No es porque no sepas, más bien porque sabes demasiadas cosas que no deberías saber. Eres una especie de bruja; el que se case contigo va a sufrir mucho.
  • Terminada la cena, Niu Yueqing pidió a Liu Yue que tomara papel y lápiz para dictarle la lista de invitados para el cumpleaños de Zhuang Zhidie. La muchacha releyó: Wang Ximian, Gong Jingyuan, Yuan Zhifei, Meng Yunfang, Zhou Min, Zhao Jingwu, Hong Jiang, su prima y toda su familia, el viejo Wei, el vicepresidente de la Asociación de Escritores, Xiao Ding de la Asociación de Coreografía, Zhang Zhenghai de la Asociación de Escritores, Zhong Weixian de la redacción de la revista, Li Hongwen, Gou Dahai, todos en dos grandes mesas.
  • —Para tantos invitados, ¿piensa usted ordenar los platillos en algún restaurante o habrá que hacerlo todo aquí? No puedo cocinar tanta comida.
  • —Cenaremos en la casa —contestó Niu Yueqing—. Es más agradable. Pero no tendrás la obligación de preparar la comida. El marido de mi prima es cocinero. Él se ocupará de los platos principales; Meng Yunfang preparará los entremeses. Te voy a pedir nada más que me ayudes a avisar a nuestros amigos y a comprar las cosas.
  • [...]
  • Salieron de la casa y se metieron en una calle pero sin un rumbo preciso. Almorzaron en un restaurante. Al pasar por un cine decidieron comprar un par de boletos para la siguiente función. Decidieron acudir a la Residencia de Investigación de las Insuficiencias después de la película; comprarían algunas golosinas. Querían pasar una verdadera jornada de amor y conservar todo el sabor y las sensaciones.
  • —Un día completo, toda la noche —dijo él.
  • —Dos días y dos noches —lo corrigió ella.
  • —Tres días y tres noches —suplicó él.
  • —¡A morir! —dijo ella.
  • —Morir de amor; qué bello.
  • —¿Tú crees? ¿Qué pensaría la gente al descubrir nuestros cuerpos? ¿Nos haría una oda de amor o al contrario nos insultarían como a unos malditos?
  • Reían, bromeaban, se divertían. En el cine ella reclinó la cabeza sobre el hombro de él. Desde las primeras imágenes se dieron cuenta de que ya habían visto esa película, pero daba lo mismo. Zhuang pensó que su posición así sentados simbolizaba un carácter chino lleno de sentido que susurró al oído de Tang Waner. ¿Cuál? preguntó ella Entonces tomó la mano de la muchacha y pretendió escribir sobre la palma el carácter zong, unión. Ella a su vez trazó otro carácter en la palma de la mano de Zhuang: dui, coito. Él alzó las piernas de Tang Waner y le quitó los zapatos.
  • —Soy un tonto —le murmuró al oído—. Cuando lo necesito no sirve para nada y cuando no hace falta tiene accesos de heroísmo.
  • Ella extendió la mano para palparlo: tenía una erección. Le bajó la bragueta y se inclinó. [En esta parte el autor suprime treinta y nueve caracteres. n. del t.) Él hacía lo posible para que la gente que estaba cerca no se diera cuenta de lo que hacían.
  • —Eso me da más antojo. Estoy húmeda —dijo ella.
  • Zhuang hundió los dedos entre las piernas de la muchacha. Aquello estaba caliente y húmedo. Con regocijo le pellizcó la nariz para molestarla.
  • —Voy a comprar pepitas de calabaza —comentó él.
  • Se levantó. En el momento en que salió al pasillo advirtió que había dos hombres en cuclillas cerca de la pared. Pensó que se trataba de espectadores que habían llegado tarde y que buscaban una butaca. Les hizo señas de que más adelante había asientos vacíos. Pero inmediatamente se dio cuenta de que sus señas eran ridículas. Deseó que la oscuridad hubiera impedido que alguien lo viera.
Relato enviado por Elena-Susana ------------------------------------------------
  • Fragmento de Retrato de un matrimonio de Pearl S. Buck,la gran escritora estadounidense:
  • Junio, julio y agosto. Ruth permanecía inmóvil hora tras hora; ella, que siempre había sido fuerte y enérgica.El verano había transcurrido para ella entre esas horas de inmovilidad, y los días, que se arrastraban con lentitud, entre sesión y sesión. Nunca se había dado cuenta de que los días podían resultar interminables ocupados en las incabables tareas de la casa y del campo. Ahora lo sabía. Cuando William no iba, su cuerpo se movía con la ligereza reposada de otras veces, pero las horas tardaban doblemente en pasar, y por la noche, se sentía exhausta por su espera interior; su agonía consistía en no saber nunca cuándo iba a ir él.
  • PAsaba a veces varios días sin acudir y aparecía de repente lleno de impaciencia, cual si ella fuera culpable de no esperarle tras la ventana. A decir verdad, siempre le esperaba, pues no cabía ya negar que le quería. Sabía que le quería, desde el primer día...; no, desde la primera hora, y le quería ahora hasta dolerle el corazón. El cuadro estaba casi terminado. ¿Y luego? ¿Qué sería de ella? Él se marcharía y no volvería a verle nunca más. Se acabarína las largas tardes pasadas en la cocina, en las que, sentado, pintaba, mirándole ella en pie frente a él. No volvería a contemplarle mientras trabajaba, sus oscuros ojos mirándola sin verla. A veces le parecía que él sólo veía la muchacha del cuadro, y se sentía celosa.
  • https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjFL1M0nViiGACJkLo8c7pq-dWaIq8NHDfvy7BD94fhfmIDkwJmJCvoPU26dvUrwapv_BWFXEV-fu6D3RM2_Rt-6ISv_HHTsvfmkCmHzUiy26DaP6dJYyzNN2F87YB19OJzSglnO2Jok8GY/s1600/filmref_19.jpg
  • -Es más linda que yo -decía, para oír como él lo negaba.
  • -No, no lo es .replicaba él-. El parecido es extraordinario.
  • -Mis ojos no son tan azules -insistía.
  • -Son los más azules del mundo. No logro hacerlos ni la mtad de azules de lo que debieran ser -contestaba él.
  • Entonces, confortada en parte, volvía a su silencio, y él seguía trabajando.
  • Mediaba el mes de agosto, y el cuadro estaba casi terminado. Seguía él dándole algunos toques, pero ambos sabían que estaba listo.
  • -Una semana más -dijo él un día de pronto-, y estará completamente terminado.
  • -Entonces me parece que no le veré más -dijo ella en voz baja, pero clara.
  • -¿Por qué no? -repuso él alegremente. Su corazón dio un salto al oírla. PEro no quería que ella lo notara. Se sentía rdiente, débil, ante la belleza, demasiado pronto a complacer y a amar. Y Ruth era deliciosa. Era maravilloso que hubiera sido exactamente como él la había imaginado, tal como proclamaba su aspecto.
  • Aquel extraño verano casi había terminado. Había acudido a la granja, sencillamente, día tras día, o había dejado de ir.
  • Incluso había ido a Ber Harbor dos semanas y reanudado su placentera amistad con Elise.
  • ...
  • Un día, a principios de septiembre, el cuadro quedó definitivamente terminado. Ya no podía engañarse a este respecto, ni pretender que tuviese otra razón que ver a Ruth. No podía volver sin admitir lo que por la mañana había negado a su madre. ësta le había hablado por fin. ..
Por la tarde dio el toque final al cuadro. Intensificó ligeramente el azul de los ojos de Ruth. Entonces dejó los pinceles.
-¡Se acabó Ruth!-dijo-. Venga a verse.
Ella se acercó lentamente y permaneció pensativa un momento.
-¿Le parece que soy así?
-Si -contestó él.
Lo que veía representaba una muchacha fuerte, sonrosada, llena de salud, vestida de zul y con un delantal blanco. Reconoció sus manos, algo ásperas siempre, que la hacían avergonzarse. Ni esto había él mitido.
-Tal vez se rían de mí en Nueva York.
-Pensarán que es usted muy hermosa.
-Podría haberme puesto mi traje de los domingos, de todos modos -objetó ella.
-No tendría que llevar nunca más que vestidos azules, por sus ojos -dijo él, y añadió festivo-: ¿Me promete una cosa?
-¿Qué? -pregunto Ruth de prisa, sintiendo latir su corazón.
¿Qué podía pedir de ella sino que le dijese que le quería?
-No se vista nunca más que de azul.
Ella sintió tal abatimiento que casi se le saltaron las lágrimas.
-No puedo prometérselo. Mi traje nuevo es rosado.
-Sólo bromeaba -dijo él con rapidez.
-Además, ¿qué más le da a usted, si no ha de volver a verme?
-No olvide que tiene que ir a Nueva York -le advirtió William. Entretanto, guardaba sus pinceles y sus pinturas alegremente; plegó el caballete y cogió el cuadro. No era muy grande, y lo llevaba en un marco especial que había ideado para sus cuadros cuando aúne staban húmedos. Ya estaba listo para partir-. No le digo adiós, porque volveremos a vernos.
Ella no respondio; le tendió la mano, procurando contener la lágrmas. Él las vio, pero no se permitió la saftisfacción de consolarla.
Tomó su mano, pero sólo la tuvo un instante.
-Le escribiré cuando mis cuadros estén ya expuestos -dijo, tratando de mantener su animación.
Ruth entendía tan poco de cuadros, que apenas le oyó. Sólo sabía que partía y que ella le amaba. Y él leyendo en sus ojos cuanto pasaba por ella, tembló y vaciló, deseando estar ya lejos o que alguien entrase en aquel momento. Cuando menos, deseaba que no fuese tan bonita ni su aliento tan dulce, o que significase menos para él... o más. Se detuvo un instante y entonces, odiándose a sí mismo, la cogió por su brazo libre y la besó. Luego salió precipitadamente de la cas ay subió por el sendero.
MAldición", dijo con ira su tembloroso corazón.
Relato enviado por Elena-Susana
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  • Christoph Meckel, nació en Berlín en 1935 y cursó estudios de pintura y dibujo en Friburgo y Munich. Poeta y novelista. He aquí un fragmento de su maravillosa novela evocadora, sentimental, dolorosa: Licht.
  1. ...y me encantaría estar ahora contigo. Me gustaría tanto hacer algo por ti, comprarte un periódico que trajera buenas noticias, limpiarte a besos de la comisura de los labios los restos de la mantequilla del desayuno, acariciarte tal vez las rodillas, qué se yo. Casi me caigo de la silla, cuando me llamaste, tu voz tan cercana y tan horriblemente lejana. Por tu amor soy capaz de hacer cualquier cosa, trabajar, madrugar, ser razonable. Me siento completamente trastornada cuando me llamas. Todo está bien, mientras nosotros estamos juntos, da lo mismo si eso se traduce en felicidad. No me hace falta la felicidad, incluso sin ilusión, contigo me puedo reír.
  2. ¿Tienes mi mechero azul? ¿Me echas de menos? ¿Has vuelto a tu piso? ¿Y si fuéramos los dos juntos a San Francicso (También hay bares con terraza, como en París)? Me gustaría tanto ir contigo a San Francisco, leer periódicos chinos, escuchar la voz de las focas. ¿Te acuerdas aún de la casa en Bercyles-Landes con todos aquellos zapatos en el vestíbulo? Y aquella noche, cuando nos despertamos, cuando empezaba a llover y tú saliste corriendo descalzo en la oscuridad a la lluvia, porque nos habíamos dejado abierta la capota del coche. Pero ya no se podía hacer nada, el asiento delantero chorreaba y los periódicos y los mapas estaban empapados. ¡Y lo empapado que estabas tú cuando te metiste de nuevo en mi cama! Y cuando unos días después leímos el periódico en un café que bordeaba la costa, con aquel viento abrasador y fuerte que levantaba mucho polvo, pero nos quedamos sentados y leíamos medio periódico cada uno y las hojas revueltas se nos volaban de las manos, no las podíamos doblar. Entonces, medio periódico cruzó volando la carretera y tú te abalanzaste tras aquellas hojas, una camioneta de reparto frenó al límite y tú corrías por la playa, lejos, y volviste al café con el periódico arrugado y yo me reía mientras tú te enfadabas.https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgGKJNnwTJCGIl6AUSCpJQNonOy6jeuCFkCshsEP_v830facKm5DFR9068lgz7F9Fj1g_7u3C-YNLKpgLfc9iRPyMD6gtTeOHFE82m45Nwzivs2hRgJmDp3ZVx1mVwpDGNLrLgGpfmpfLdj/s1600/bennewman_churchproperty_aka_sistergemma_nicole.jpg
  • Pienso en todo eso y me siento colmada. Quisiera pensar siempre en esas pequeñas cosas y quisiera sentirme siempre feliz por algo. Mis pequeñas alegrías me hacen alcanzar otra dimensión. No soy autómata, necesito sentir para estar viva, contigo y sola. Tal vez sólo un momento como en febrero, cuando volvíamos a casa después de la fiesta de Mona y estábamos hambrientos y nos comimos las pasas que tenía en el armario de la cocina, las que yo había comprado en tu calle para los mirlos... y después me estrechaste entre tus brazos. Dime que estamos vivos los dos. Escríbeme, no me escribas enseguida. Telefonéame antes, espero tanto tu llamada...
  1. Encontré la carta entre las hojas secas de la terraza y mi desengaño es cruel, me está consumiendo.
  2. ¿Cómo ha llegado esta carta a la terraza? Seguramente Dole la perdió cuando estuve quemando hojas secas y papeles en el jardín, hace ya tres días. El sobre arrugado cayó de la papelera y terminó entre las hojas. O quizás, mientras buscaba sus llaves en la oscuridad, se le cayera del bolso, pero lo más seguro es que cayera de su papelera. Papelera. Lo que se ha tirado a la papelera apenas si existe, casi ha desaparecido, está destrozado. En cuando he echado un objeto a la papelera, me olvido de él. ¿Por qué tuvo que caer esta carta de la papelera?
  3. Recogí el papel entre las hojas secas para tirarlo a la basura y reconocí la letra de Dole, el color violeta de la tinta que utiliza desde que nos conocemos, sin darme cuenta leí una frase que aparecía en las arrugas:
"Y lo empapado que estabas tú cuando te metiste de nuevo en mi cama", (no tenía nada que ver con el estilo de dole) y supe que la frase nada tenía que ver conmigo. Ese "tú" no estaba dirigido hacia mí. En ese instante se acabó la inocencia. Imposible no haber leído lo leído. Me metí la carta en el bolsillo y me quedé quieto, extrañado, algo extraordinario parecía haber sucedido, al fin con la conciencia de estar implicado en un secreto. Me metí en el bungaló y encontré a Dole dormida en el sofá.
Tenía que salir al encuentro de la nueva Dole, no importaba que mé había sucedido a mí mientras tanto.
Inconcebible besarle los pechos.
Ya nunca más sería posible.
----------------------- Fragmento envíado por Elena-Susana( colaboradora habitual)
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Memorias secretas de una cantante atribuida a W. Schraeder Devrient:
  • Mis primeros tiempos de permanencia en Viena fueron para mi ánimo, sencillamente tristes. Apenas teníamos relaciones, invirtiendo todo mi tiempo entre la clase y el estudio. Diré, de pasada, que mi profesor era excelente. Como obligada distracción, asistíamos al teatro en los días de ópera. Y allí tuve ocasión de hacer nuevos conocimientos, sobre todo entre los jóvenes de la alta sociedad vienesa, ya que, según frase de muchos, estaba en esa edad de la mujer que se llama "la belleza del diablo".
  • Sin embargo, como mi firme propósito era hacerme cantante, decididamente rehusé todo flirt y entretenimiento para no distraerme ni un punto en mis estudios. ¡Ya vendría luego el gozar del amor en todas sus variantes infinitas...!
  • ¡Ay! llego a la parte de mis confesiones más difícil para mí hasta aquí. Pero le he prometido ser sincera y lo seré a pesar de todo.
  • Olvidé antes de decirle que Margarita me regaló en el instante de nuestra despedida un pequeño libro, El alma encantadora de Felicia, ilustrado con aguafuertes de Rops, que bastarían para enseñarme los más extraños diabolismos eróticos, si un poco la práctica y un mucho mi voluptuosa imaginación no me hubiesen inciado ya en ellos.
  • María Amaral
  • https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGZPLXGBo5pbbJPqNmRdvZGt02lnimAsRbZtua6arSHB_h77DIWY945qqL34kYJqK93JLVLlGDnQFHpzPrnsGehvI0RzCmR5zNMqOpdglQh3gij5zK899ZzubJEhHHo0KMuCJE4rum4GyX/s1600/lindberg_oil.jpg
  • La lectura de este libro, gracioso y libertino
  • , me procuraba un placer indescriptible.
  • A la hora del baño, segura de no ser molestada por nadie, repasaba ávidamente su texto y dibujos,
  • disponiendo convenientemente mi carne para mis inminentes espasmos.
  • Luego, envuelta en mi peinador de seda turquesa, tendíame en el canapé colocado frente al espejo del tocador y comenzaba la muda y placentera mímica de mis extravíos. Primeramente contemplaba mi entera desnudez, blanca y eurítmica, sobre el claro fondo de mi peinador abiero; luego, acariciaba y oprimía mis jóvenes senos, haciendo descender, por último, mis manos a lo largo de la suave floración de mis carnes.
  • A veces, sin deternerme, precisa, en la roja ambrosía, durmiento bajos mis mechoncillos áureos, gustaba de la más enloquecedora voluptuosidad, llegando al espasmo, enervador y copioso, casi sólo al influjo de mis ardores imaginativos.
  • He dicho copioso, y sobre esto he de hacerle un peregrino comentario.
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh3nbygSr9oksT0-96hTxbaaokCIbdxA3MAbS4xGgfJJP6H6BZbjHf1pvjzmOyaHpwRu1Iy4SFlDNbGHCtgkutsJt4Zb3onHuofrmwHQzC_yUqg6kc3Hfumqs2f2jBmcdlVX-HwvxFRnkt3/s1600/filmref_06.jpg
  • Me ha dotado la naturaleza de tal abundancia de bálsamos vitales, que siempre fue el asombro y delicia así de hombres como de mujeres, a quienes me entregué. Yo creí al principio que esto era común a todas las hembras.
  • Pero bien pronto me convencí de la rareza de mi privilegio, sobre todo una vez en París en que uno de mis amantes, hombre corrido y experimentado como pocos, me aseguró, formalmente, no haber presenciado jamás cosa parecida en mujer alguna de las infinitas que gozara.
  • A esta preciosa sensibilidad debí en todo momento los más fuertes y exquisitos transportes sexuales.
  • Carracci
  • Pero... ¿puede una mujer de mi temperamento evocar serenamente en las cuartillas tan divinos instantes de sus pasadas voluptuosidades? La sangre fustiga mis venas; arde mi cerebro al conjuro de las rojas ideas y al ver ahora, netamente, con los ojos del recuerdo mis encendidas e inconfesables lubricidades, frente al ancho espejo de mi tocador de Viena, todo mi ser se revuelve y arde en llamas de matronil lujuria y...Si ofrecer mi mano a sus besos, quedo siempre devotísima, X.
  • https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEibesS0ekKkCo7NeGVA9rHipqXnsIHz4mVvGC_JT_tY6n8emDdTh8HuH504AzX4pF3eezayQ2_ul1UyT3eL7tl6oDRORT8eKADVp9vcw62-wo6vlRLw19K85Ve2YFqGo2AKiypLPOXj5UE6/s1600/bennewman_madelines_exam_small.jpg
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